Aun en la desesperación, Demian no
recordaba cuando fue la última vez que había visto las calles de su ciudad tan desiertas.
Era de madrugada, pero eran vacaciones de verano, lo que daría a las calles un
constante ajetreo hasta la mañana siguiente; siempre se veía a los jóvenes sentados en el cordón de la vereda tomando
algún refresco, o a parejas salir de la trasnoche de los cines. Pero hoy no era
así. El denso calor agobiaba a los habitantes y a los turistas por igual, confinándolos
dentro de sus casas y alojamientos, cerca, muy cerca, de los aires
acondicionados que les proporcionaban bienestar.
Por su parte, él llevaba corriendo ya no sabía
hace cuánto tiempo. Las articulaciones le dolían y le pedían a gritos que
parara pero no se iba a rendir tan fácilmente. Sentía el aliento de su
persecutor casi sobre el cabello de su nuca. El sudor frio lo cubría de pies a
cabeza. El pánico había consumido su capacidad de razonar. Lo
único que no mantenía en pie era su primario instinto de supervivencia. Un paso
más, se repetía. Tenía que llegar a su casa, su padre sabría qué hacer, él
siempre había protegido a Demian de todo mal, era su puerto seguro.
A su espalda una sensación gélida cortaba
la calurosa noche, enterrándose en lo profundo de su cuerpo, anidando en sus
huesos. La bestia lo perseguía desde que logró huir del galpón junto con Jace y
Matt. Poco después en una intersección decidieron separarse, y Demian ahora desconocía
el destino de sus amigos, pero los gritos lejanos le suponían que no lograron
escapar de las putrefactas manos del genocida.
El demonio se les presento cuando
bebían unas cervezas en el viejo galpón metalúrgico, abandonado desde mucho
antes de que alguno de ellos siquiera hubieran nacido, era un punto de
encuentro ideal para los adolescentes. El grupo era numeroso, unos quince
chicos y chicas de entre 17 y 20 años amigos desde la misma infancia. La
criatura se mostró amigable al entrar en su círculo, pero no tardo en mostrar
su verdadera cara, carcomida por la decadencia y la muerte, oliendo a rancia
osamenta. En segundos se encargó de descuartizar los cuerpos de los jóvenes
como si se tratara de muñecos de plástico barato. Uno a uno, cayeron a sus
pies, los restos sin vida de sus amigos; bañando al homicida con su sangre.

En su cabeza escuchaba a aquel que le daba
caza.
– Eres mío –le repetía.
Cada paso era una tortura enorme, los músculos
se le desgarraban por el esfuerzo, un kilómetro más, recorrido con la esperanza
de alcanzar la meta y el temor de perderlo todo.
– Eres mío –lo atormentaba.
Al frente en medio de la desolada calle,
solo la oscuridad lo aguardaba. La impotencia de su vos para pedir ayuda lo
abrumaba, la garganta seca, el estómago
echo un nudo, amenazaba salirse por la boca. Nausea, dolor, miedo,
cansancio, las sensaciones se le amontonabas unas con otras, luchando para
gobernar su cuerpo y lograr doblegarlo a su terrible destino. Los silentes
sollozos nublaban su mente y su vista. Un poco más y estaría a salvo en el
seguro seno de su hogar, un poco más, solo un poco más.
– Eres mío.
Doblando en la esquina, la segunda casa a la derecha, rodeada de
jardines de rosas y jazmines. Pintada de
vistosos colores era el hogar de Demian. En un arrebato de confianza por haber
cumplido su propósito utilizo el último resabio de energía para llegar al
umbral que lo separaba de su resguardo.
Rebusco en sus bolsillos solo para darse
cuenta que no traía las llaves con él, tal vez la dejo en el galpón o quizás la
perdió en la carrera. Las manos le temblaban cuando se aferró a la puerta, con
la fuerza manada del mismísimo miedo golpeo desesperadamente los paneles de
madera maciza y oscura de su casa. Llamo clamando ayuda, lloro sus últimas lágrimas.

–Eres mío – le susurraba su mente.
Su pecho entumecido, apenas lograba inyectar
oxígeno a sus maltrechos pulmones.
Cuando al fin la puerta se abrió, vio en el
umbral el rostro desconcertado de su padre. No le hablaba, no le tendía la mano
para ayudarlo a entrar. Solo observaba la oscuridad vestido con su viejo y
descolorido pijama a rayas. Intento acercarse al viejo, hablarle desde su
posición pero nada parecía llamar la atención del hombre, ni modificar el
semblante de su mirada.
Demian se incorporó débilmente,
sosteniéndose sobre sus piernas doloridas. ¿Acaso su padre lo ignoraba aun
viendo el estado deplorable en que se encontraba?
–Eres mío.
Sacudió la cabeza para aclarar sus
pensamientos y se dirigió a la puerta con paso cansino. Pero no pudo entrar.
Por más que lo intentara una y otra vez la
entrada parecía estar cubierta con una barrera invisible que no lo dejaba pasar.
Golpeo el aire frente a su padre y grito con el alma, los nudillos le
comenzaron a sangrar como si estuviera azotando un muro de ladrillos con ellos.
Derrotado, resignado a una muerte segura
vio como su padre, su protector y única esperanza de salvación, cerraba la
puerta frete a él dejándolo fuera en la calurosa noche de verano.
Ya no había lágrimas, si mucho dolor contrarrestado
con un entumecimiento mental insoportable le.
–Eres mío –sonó la voz en su cabeza y
cada segundo que pasaba se hacía aún más nítida como si al acercarse a su
presa, la frecuencia que lo unía al demonio
se hiciera más fuerte.
– Eres mío.
No había escapatoria, las cartas estaban
echadas y el juego exhibía un enorme GAME OVER en letras rojas.
– Eres mío –allí parado con la mirada
perdida en la madera de la puerta mirando absolutamente nada Demian esperaba el
final.
–Eres
mío–lo escucho decir detrás de sí.
Lentamente giro para darle la cara a su
destino. Estaba aterrado, pero aun así vería la cara de su asesino antes de
tomar su descanso eterno. O eso era lo que él pensaba.

Envuelto en penumbra el demonio se acercó a
Demian que con respiración jadeante temblaba
mientras rezaba a los cielos.
–Eres
mío –le susurro la bestia en su oído. El aliento putrefacto de la bestia se coló
en las fosas nasales del chico haciendo más difícil su ya complicada tarea de
respirar
– Abre
los ojos y acepta tu destino, yo reclamo tu alma como mía – siseo el demonio.
Demian abrió lentamente los ojos, observo
al demonio y lo que tenía en sus brazos lo espanto de una manera inaudita.
El cuerpo que llevaba la bestia no era otro
que el de él mismo, mutilado, chorreante,
desgarrado, muerto…
El cuerpo de su última víctima, conservado como trofeo. Mientras reclama el alma del inocente, para convertirlo en uno más
de sus esclavos eternos…
Hola!
ResponderEliminarTe sigo ^^ y te invito a mi blog "elamorescosadeotroplaneta". Te espero ^^